31/5/10

Suicidio nº 72

ESCUCHANDO TU LATIR


Sintió que sus ojos se le llenaban de lágrimas.

Pasaba su mano una y otra vez por sus ojos, intentaba calmar su respiración, pero la impotencia de sus actos no podía más que devolverla de un fuerte golpe a la realidad del llanto descontrolado. Él la cogió suavemente por la nuca, llevando la cabeza de ella, con sus largos cabellos alborotados, cayandole por doquier, incluso pegándose a su cara, roja y empapada, hasta su hombro. Era tan tranquilizador, su olor, sus caricias, sus suaves palabras. Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo mientras sus dedos pasaban una y otra vez, casi de forma inconsciente por su brazo desnudo.

Era garadable sentir su aroma y su calor tan próximos. Aún así el llanto no remitió de golpe, si no que poco a poco, su respiración iba amoldándose a los latidos del corazón de él. Poco a poco fueron conviertiendose en uno, hasta que él calló. El silencio les envolvió. No era un silencio incómodo ni desagradable. Era el silencio que en ocasiones hace falta, el silencio que siempre es de agradecer que reine entre dos personas que no necesitan las palabras para comunicarse.

La mano de ella se cerró, firme y decidida sobre su camisa, no quería soltarle, para que nunca se fuese de su lado, pues ella pensaba que no era capaz de vivir sin ese apoyo que él le proporcionaba. Él cesó el placentero cosquilleo del brazo, para acariciar su cabello, desde la raíz hasta las puntas, haciendo que el pelo bailase con la suave brisa que les envolvía en aquel momento, haciendo que ella sintiera aquel dulce momento con más intensidad, puesto que un escalofrío le recorría desde la cabeza hasta la punta de los pies cuando sus dedos firmes y fuertes tocaban su cabeza.

Ella soltó su camisa, pero sólo para tantear, todavía con los ojos empapados y cerrados, que su mano seguía ahí, que podría cogerle de la mano cuando ella lo necesitase, que él le guiaría y nunca le dejaría a solas. Él correspondió aquella búsqueda, y entrelazo su mano con la de ella, acariciando sus dedos en aquel inocente pero improtante gesto.

Ella por fin abrió los ojos. Todavía apoyada sobre él, sin querer levantarse por miedo a dejar de escuchar su latir. Giró la cabeza con cuidado hasta que pudo ver sus ojos. Él miró sus ojos y sonrió. Con la mano que no cogía la de la chica, apartó las tímidas lágrimas que todavía se alojaban en su mejilla. Aquel llanto había dejado su tez rojiza, y sus ojos más claros y brillantes, lo que le daba un aspecto de desprotegiada y hermosa damisela. Él no pudo más que darle un tierno beso en la frente. Ella volvió a cerrar los ojos para disfrutar de ese momento y se acomodó en su pecho, para tener más de cerca su corazón y su calor.

Él la estrechó entre sus brazos con delicadeza pero con precisión. Creyéndola tan delicada como el cristal, tenía miedo de romperla si apretaba demasiado. También temía que todo aquello externo que le estaba hiriendo por dentro. Él se cuestionaba en ocasiones si podría defenderla de todo.

Él por fin escuchó la débil respiración de quién ha entrado en un sueño profundo. Él no volvió a preocuparse de los problemas de su alrededor. Ella podría superar cualqueir cosa. Estrechó su mano con firmeza. Él también se creía capaz de superar cualquier cosa. Siempre que permaneciesen unidos. Siempre que no le soltase nunca.


Del puño y letra de Phoebe
By Sylvia

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