13/10/09

Suicidio nº 50

Azul


Ariadna caminó por el jardín descalza. No es que le gustara el roce fresco del rocío que impregnaba la hierva, no le molestaba, pero no tenía tiempo para disfrutarlo. Se había olvidado los zapatos en su habitación, al salir apresuradamente de su habitación. No tenía muy claro qué era lo que le llamaba ahí afuera. La luna brillaba en el cielo, pulcra, redodna, soberana de la noche, con todos sus acompañantes en pleno apogeo, pero no, no era la luna lo que le llamaba.

No caminaba deprisa, era cmo si pensara disfrutar del paisaje, pero sin disfrutarlo, como si apresurarse solo hicera que se desvaneciera el instante. No quería ser una niña impaciente. Le habían enseñado a esperar cuadno quería algo con toda su alma, así luego todo sabía mucho más dulce.

El camisón de franela que llevaba, apenas le salvaguardaba del frío primaveral de la noche, pero tampoco parecía importarle esto. Ella seguía con la mirada, color almendra, fija en el horizonte. Seguramente, para ella no hubiera nada más que eso, el horizonte.

Pronto dejó atrás el jardín de la casa, una casa gris y majestuosa, que no compartía ningún parecer con la vivacidad de la niña, que parecía estar hecha de un rayo de sol, con los cabellos rizados, brillantes por el reflejo de la luna, como el oro. Con la piel tan blanca, como la primera nieve que se posa en la tierra, justo antes de ser pisada por personas y animales que no reparan en su belleza. No era muy alta, pero lo suficiente para poder ver por encima del seto que bordeaba la casa, y al mismo tiempo, tan pequeña como para poder atravesarlo sin hacerse muchos rasguños.

Sólo un trozo de su camisón azul de franela quedó prendido de una de las ramas, que aprecía querer abrazar a Ariadna y no soltarla jamás. La niña continuó andando sin advertir esto.

El prado se abría bien amplio, sólo para ella y algún cervatillo despistado que estuviera lenvantadoa esas horas. La niña comenzó a caminar más rápido, con más insistencia. Sus pies comenzaron a sentir pequeñas punzadas de dolor, al encontrarse ocn ramas descuidadas, piedras en el camino, y demás cosas que la naturaleza dejaba por ahí tiradas de cualquier manera. Sí que sintió aquel dolor, sin embargo, prefirió seguir caminando sin rumbo aparente.

Un grito partió la noche. Una mujer con el cabello dorado como el oro, despeinado, y con una mirada de terror, salió corriendo por el jardín de la casa. Al llegar al seto, y descubrir el pequeño retal de tela azul, la mujer emitió un grito más apagado, los hombres ocmenzaron la búsqueda, los perros aullaron olfateando cada rincón de la pequeña población.

De Ariadna, no se encontró más que un pequeño retal de franela azul.

Nadie supo nunca más de ella.



Del puño y letra de Phoebe
By Sylvia

No hay comentarios: