3/4/13

Suicidio nº 240

El país de los sueños

Me desperté en un momento que, creo, no debía hacerlo. Cuando abrí los ojos, no encontré mi habitual imagen mañanera. No estaba mi despertador ni mi mesita blanca. La cama y las tristes sábanas viejas habían desaparecido. El color beige que normalmente inundaba mi retina, no daba señales de existencia. Aquel día fue diferente. Debí despertarme durante la fase REM.

Luz de colores increíbles, flores, arcoíris, molinillos, animales fantásticos. Demasiada información que en otro momento (cuando me hubiera despejado más y las legañas no fueran dueñas de mi rostro) habría apreciado en todo su explendor. Pero en ese momento, simplemente estaba desconcertada. Estaba entre dos pétalos de rosa gigantes, que me hacían de cama y de sábanas al mismo tiempo. A mi alrededor, un río fluía entre verdes y amarillas praderas. Los colores eran tan vivos que parecía encontrarme en alguna película de dibujos animados, o en el video de Yellow Submarine, ya que había cosas inexplicables. Un unicornio violeta y azul me miraba desde un árbol de frutas de color azul eléctrico. Un jaguar con esmeraldas incrustadas en cada una de sus manchas, mugia asustado por un conejo diminuto y rosa.

Al ponerme de pie, sentí que el suelo se movía. No era como un terremoto, si no más bien como si el suelo estuviera hecho de gelatina verde, consistente y flexible. Mis pies descalzos rozaron suavemente el césped de algodón, y no sentí rubor alguno al darme cuenta de que me encontraba desnuda. Casi me pareció hasta normal en aquel momento. Obviamente, había despertado en el mundo de los sueños, y eso me motivó, me alegró. Ya que cuando uno sueña, todo absolutamente es posible.

Dos mariposas del tamaño de un águila y con más colores en sus alas de lo que cualquier ser humano podría imaginar, bajaron del cielo directamente hasta mi y me agarraron con fuerza por debajo de las axilas, para levantarme al vuelo como si yo no fuera más que una pluma al viento. 

Desde el cielo, descubrí que me encontraba en un campo de flores variopinto. Además de mi rosa-cama, había amapolas, margaritas, claveles, tulipanes y girasoles, todos mezclados, conviviendo en armonía. Las rosas eran descomunales, pero los claveles parecían tener un tamaño normal. Los tulipanes crecían hacia abajo y las margaritas no dejaban de moverse de un lado para otro, como si el tener raíz y que fueran plantas no les pudiera impedir el estar vivas.

El cielo cambió de color cuando una nube anaranjada se acercó hasta donde estábamos. Comenzó a caer una lluvia de zumo de limón, que refrescó y agrió los campos. Los animales bebieron como si de ello dependiera la vida, los ríos empezaron a alborotarse, intentando que no les cayese ese limón en sus cristalinas aguas. Tan rápido como empezó, terminó la lluvia. Las mariposas me posaron sobre una colina, donde había un trono escarlata y una corona.

Me senté con cuidado y me puse la corona. Nadie podría moverme de allí nunca más. Me sentía como Alicia en el país de las maravillas, pero sin haberme drogado. Mi único problema era... ¿Como iba a salir de allí?