21/5/16

Suicidio nº 486

Los amantes del pozo
(Parte 2)

¿NADA?
Si, nada. Perdió de vista al animal que le estaba sirviendo de guía. Se desvaneció entre las ramas y las hojas verdes. Se quedó desconcertado unos segundos. ¿De verás se había quedado sin su cuadrúpedo guía como por arte de magia?
Un sonido desvió sus pensamientos. Apagado, como si viniera de un sitio hueco, vacío, lejano. ¿Dónde se encontraba exactamente? En el corazón del bosque. ¿Y qué presumirías encontrar allí? Muchos árboles, hojas, animales, piedras. Él, además, encontró un pozo. El ciervo volvió unos segundos a su mente. A lo mejor su intención era guiarle hasta aquello.
Se acercó un poco. El pozo estaba bien metido entre la maleza, enredado entre flores y ramas. Un árbol había decidido crecer a su costa y se mezclaba la piedra.
Otra vez el sonido apagado.
Se acercó un poco más, con cautela. ¿Se atrevería a mirar dentro? Definitivamente no había llegado hasta allí para quedarse a unos pasos del misterioso pozo sin siquiera echar un breve vistazo. No sería muy inteligente.
Miró dentro. Agua. Agua tan clara y transparente como la de un manantial. Agua. Lo curioso es que daba la sensación de que se acercara el ocaso dentro, cuando hacía apenas tres horas que había amanecido.
Miró un poco más en profundidad y vio algo que le hizo caer de golpe al suelo. No vio su propio reflejo, como sería de esperar en un pozo con el agua tan clara y limpia. Descubrió el reflejo de otra persona. No le devolvió la mirada sus ojos verdes y su cabello rubio pajizo, largo, descuidado y con barba de varios meses. Ni siquiera podía distinguir la maleza que le rodeaba a su alrededor, en el interior de aquel pozo, lleno de incógnitas.
Una chica le devolvió la mirada, curiosa. Su cabello era naranja, como el del sol de media tarde. Sus ojos verdes, pero no como los del chico, que eran verdes sin esperanzas, ni sueños ni felicidad. Éstos, eran tan verdes, como las hojas del bosque en primavera. Tan verdes como los campos cuando están floreciendo. Tan verdes como las más brillantes esmeraldas. Su piel era blanca como la nieve, en contraste con la piel castigada por el sol del chico, y sus labios, rojos como una apetitosa manzana, prometían bellas y dulces palabras sin apenas un gesto.
La chica le devolvió la mirada. Tampoco entendía muy bien qué estaba viendo exactamente, pero le dedicó una cándida e inocente sonrisa. Que sincera parecía desde allí. Un ser absolutamente angelical. De pronto el corazón le dio un vuelco. Sabía que necesitaba acercarse más a ella.
El chico le devolvió la sonrisa y sumó un saludo sencillo con la mano. Parecía muy lejana. La chica dijo algo, pero no pudo escucharla. El pozo le devolvía un sonido apagado por el agua. Se apoyó en el borde de piedra del pozo. La miró y volvió a sonreír. Ella hizo un gesto de disculpa. Volvió a sonreír ampliamente. A él le dio otro vuelco el corazón.
Ella le hizo un gesto de espera, levantando el dedo índice. Volvió a los pocos segundos con una hoja blanca escrita con un rotulador negro. No había apenas ondas en la superficie cristalina del pozo, así que puso leer perfectamente un "Hola, soy Lara", con una caligrafía exquisita. Todo en ella era muy bello, pensó el chico con un suspiro, incluso su escritura.
Buscó a su alrededor. Recordó el cuaderno y el bolígrafo que apenas había utilizado en su aventura. Rasgó una de las hojas y le escribió un mensaje a la bella mujer del pozo.
"Encantado, yo soy Víctor"
La chica se rió (seguro que tiene una risa muy hermosa) y le devolvió rápidamente el mensaje.
"Bonito nombre"
El chico se sentía extasiado. Comenzaron una conversación con mensajes cortos en hojas en blanco que duró apenas unos minutos, puesto que en el lado del pozo de Lara ya era de noche, cuando Víctor todavía no había llegado al medio día. El último mensaje que le escribió ella fue esperanzador.
"Nos veremos mañana otra vez"
Víctor se tumbó en la hierba con los mensajes escritos para Lara encima de él. Vida, alegría. Apenas unos minutos de una fantasiosa conversación a través de un extraño pozo, le había servido para ver lo maravillosa que es la vida. Ya no se sentía vacío, como había estado hasta ahora. Veía la vida a través de los ojos de la chica del pozo. Podía sentir su risa a pesar de no poder escucharla. Podía sentir sus manos blancas como la nieve escribiendo solo para él. Escribiendo que se verían de nuevo mañana. Ella quería volver al día siguiente, cuando hubiera luz, para hablar con él, a través de aquél pozo. ¿Y el pozo?
¿Y el pozo...?
Paró un segundo a tratar un tema evidente a primera vista. Lara y él no se encontrarían en el mismo mundo. Ni en el mismo universo. Al menos compartían idioma. Y se veían a través de un extraño y mágico portal a ese mundo. Hacía unos meses se encontraba en un profundo agujero de desesperación, y en pocos segundos, aquel instrumento poderoso le había devuelto a la vida. Se durmió con estos pensamientos en la cabeza.
Suspiros de cabellos anaranjados y ojos del color de las esmeraldas bailaron en su cabeza durante aquel perfecto sueño que pareció durar una vida entera.

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