24/5/16

Suicidio nº 487

Los amantes del pozo
(Parte 3)

Abrió los ojos de sopetón. Sonrió. Se incorporó y se asomó. Respiró aliviado. Allí estaba ella. Con los codos apoyados en la piedra esperándole a él con un "HOLA" escrito en una cartulina. Víctor agitó la mano a modo de saludo. Pensó que no podían pasarse la vida así, hablando a través de lugares extraños y papeles imposibles (imagínate la cantidad de notas que produciría, acabaría con el bosque entero en papeles) así que tomó la decisión más lógica. O no.
Tocó con las puntas de los dedos el agua clara. Fue una sensación normal cuando tocas agua. Húmeda, fría. Metió más la mano. Lara le miraba dubitativa. Pensó que era como cuando te tiras a una piscina, hay que hacerlo de golpe, si no, podría arrepentirse.
Su última mirada fue para aquel rostro angelical, que le miraba desde el otro lado, deseosa de que se reunieran. Metió todo su cuerpo, aguantando la respiración. La veía cerca, apenas tendría nada que nadar hacia abajo. O hacia arriba, según la perspectiva. Sus brazos se movían de forma enérgica para alcanzar el otro lado, para llevarle a su meta. Ahora sabía que todo lo que había hecho hasta ese momento le llevaba hasta Lara, pues el destino de la vida, la razón de nuestra existencia, no puede ser otra que la de el amor. El amor más puro, sincero y verdadero. Ahora, por fin, lo entendía.
Por una fracción de segundo pareció perder la consciencia. Sus músculos no le respondieron, su corazón y su mente se pararon. Pánico. Sintió frío, soledad. El instante pareció eterno. Unas manos blancas como la leche lo sacaron de allí, tirando con fuerza de él. Tomó una bocanada de aire como quién jamás ha probado algo riquísimo, con insistencia, con deseo, con ansia de querer más. Cuando hubo tomado todo el aire y expulsado todo el agua que a su cuerpo le pareció apropiado, dirigió su mirada a su salvadora.
Ahí estaba. Lara, perfecta. Antes de decir una palabra, acarició su mejilla con delicadeza y besó sus tiernos labios. Ella le devolvió el beso con mucha dulzura. Él podía percibir en su piel todo el amor que sentían el uno por el otro. Parecía increíble. La sensación fue como si una corriente eléctrica que solo ellos perciben, les recorriese cada centímetro de su cuerpo.
-Ya estás aquí.- Lara suspiró.
-Si.- Víctor no podía hacer otra cosa que sonreír.
-Cuanto tiempo esperando.
Víctor la miró frunciendo el ceño sin entender muy bien a lo que se refería. Se incorporó en aquel prado abierto. Ahora que tenía una vista en conjunto del otro lado, descubrió lo maravilloso que era, lo tranquilo y especial. Se sentía en un sitio conocido, aunque a la vez totalmente nuevo. Esa sensación, que debería reconfortarlo, le preocupó un poco.
-¿Tiempo? ¿A que te refieres?
Lara sonrió con su amplia sonrisa perfecta. Le cogió de la mano y caminaron apenas dos pasos hasta el pozo.
Miró hacia abajo.
Víctor se sintió horrorizado.
Nadie debería tener una visión tan espantosa como la que él tuvo en ese momento. Vio el otro lado, como había visto cuando hablaban él y Lara. Pero en el pozo, había algo. Algo que le era muy familiar. Se encontraba él mismo, allí. Flotando boca abajo, mirándole directamente con los ojos vacíos y sin vida. Ahogó un grito en su garganta. Miró a Lara sin entender.
-Te ha costado, pero al fin has dado el paso.
No sabía si se encontraba en el cielo o en el infierno. Sin duda, sus pecados tendrían un castigo. No ahora, no en este lugar maravilloso, pero sentía en lo más profundo de su corazón, que no se merecía tantas cosas bellas, cuando había cometido malos actos en su existencia. Alguien tendría que actuar de juez, jurado y verdugo. Alguien, tal vez, con cabellos anaranjados y ojos de esmeralda.
El amor, nos hace cometer locuras, sin apenas darnos cuenta.

No hay comentarios: