Las cosas que pasan fuera de tu pequeño mundo, nunca llegan a calar tan hondo como realmente creemos. Ana cogió a su pequeña muñeca por las trenzas, dejando que sus piececitos con zapatos de charol rozasen a cada pasito el suelo. Se ajustó la corona de plástico al pelo, que llevaba suelto bien largo, y salió de su habitación, paseando por toda la casa. El baño, el salón... desiertos totalmente. Era oscuro, y sólo la luz de las farolas del exterior daba sombra a su pequeña figura de princesa. Llegó hasta la cocina, tanteó encima de la mesa hasta encontrar la tiza que bien sabía, allí encontraría. Abrazó a la muñeca con una mano, con la otra agarró bien fierte la tiza, y se puso de puntillas en la nevera. A la altura de la pequeña pizarra rectangular, su mano se puso a garabatear unas palabras, no sin dificultad. Cuando estubo bien orgullosa de su obra, regresó, un poco más deprisa y con una furtiva sonrisa, a su habitación.
" Yo soy una princesa, lo son todas las mujeres,
aunque vivan en sucios y viejos desvanes,
aunque se vistan con harapos,
aunque no sean hermosas, listas o jóvenes.
Todas somos princesas. Todas."
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