Medicina para el alma
Esa es la decimoctava farmacia a la que voy, y nadie sabe darme lo que quiero. Es tan simple, me pareció tan fácil cuando aquel médico me puso la receta en mis manos, que me parece increíble que no lo tengan en ningún lugar.
La reacción más simple al principio es que la gente me mire con gesto de comprensión y tristeza y nieguen ladeando la cabeza como si yo fuese un perrito abandonado. Es algo que no comprendo. La segunda reacción es que se rían de mi y me digan si es algún tipo de broma. En esta ocasión la farmacéutica tenía a muchos clientes detrás de mi y me ha gritado, que ella no está para juegos y que me deje de tonterías, que ya soy un adulto y los adultos no hacen perder el tiempo a otros adultos. Palabra por palabra, así me lo ha soltado.
Así que me he ido a casa, he cogido una silla y la he puesto enfrente del televisor, he cogido un pedazo de celo, he pegado la receta a la pantalla y me he sentado en la silla a mirar con ojos vacíos la nota, escrita a mano -qué pocos médicos quedan que escriban a mano sus recetas, no me extraña, al principio la letra es inteligible- y me he zambullido en mi cabeza para pensar en todas las cosas por las que había visitado al doctor.
"-Me duele el corazón" Le he dicho, poniendo la mano encima de mi pecho, justo a la izquierda, donde el corazón bombea sangre como si le costase. Además, le he explicado con todo lujo de detalles, el pecho parece que se me hunde bajo una losa de mármol cuando estoy de pie, los pulmones me hacen expulsar mucho más aire del que entra, pues apenas tengo una respiración constante. Esto hace que a veces sienta que el corazón se para y los pulmones no responden. Además, señalo mis piernas y mis brazos mientras lo digo, mis extremidades no responden igual que antes, me siento como un muñeco de trapo y no consigo concentrarme ni en hacer la tarea más sencilla. Lo peor viene por la noche, cuando la cabeza me duele tantísimo que parece que va a explotar bajo mucho peso, y los ojos se me vuelven rojos y se irritan. Se me ponen llorosos y termino por tener una legañas por las mañanas que no me dejan ni ver el mundo. "Aunque no me importa mucho" le digo al médico, "en realidad pienso que no hay nada bueno que ver".
El médico me mira sin decir una sola palabras y con semblante muy serio, me dice que tengo que comprar esto, que es urgente, y que mi enfermedad, para mi desgracia, es bastante común y no tiene una cura clara y definitiva.
"Tristeza" me ha dicho que se llama.
Miro la nota fijamente a ver si recuerdo algún lugar donde la vendan. De verdad, que quiero tener esta cura pronto, pues no creo que pueda soportar vivir así mucho tiempo más. Tendré que tomar medidas drásticas como no se me cure.
Vuelvo a mirar el papel. Que raro.
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