29/3/12

Suicidio nº 156

LA DELGADA LINEA 

Lúa caminaba por encima de una tapia algo delgada, aunque lo suficientemente ancha para que sus pequeños pies de niña se pudieran estabilizar a cada paso. Se sentía feliz con los brazos en cruz y mirando hacia delante sin pensar en los pies, como creyendo que podía volar, que no podría fallar un paso, que nada la detendría al caminar. Su cara pecosa y su pelo tan rizado que parecía esponjoso estaban mecidos por la brisa veraniega que le envolvía y de vez en cuando le hacia tambalear su camino, intentando jugar a empujarla hasta abajo.
Cuando se había subido no lo había pensado con detenimiento. Seguramente hubiese dos metros de ciada. Tan vez tres. Sería imposible caerse, pues ella era muy buena trepadora, buena equilibrista, buena caedora... en general buena en todo.
Si se subía ahí nadie podría hacerle daño, porque nadie era mejor que ella. Lúa sonrió para sus adentros y se repitió en voz alta.
-Nadie es mejor que yo.
El optimismo y la fuerza de voluntad son unos fuertes aliados cuando tu corazón va a cien por hora y deseas que algo te salga perfecto con toda tu energía vital. Por una vez, pensó, debe salirme bien las cosas, justo como yo quiero. Aún quedaba un buen trecho hasta llegar al lugar donde el muro de piedras terminaba, de modo que se puso a hacer justo lo que no deseaba; pensar.
Lúa era una niña buena, ejemplar. Todo lo hacía bien. Todos le decían que era siempre la mejor, la más guapa, su pelo era el más rizado, su cara la más pecosa... ¿Entonces porque no se sentía feliz? Eso le reconcomía por dentro. Lo que hacía no le llenaba el vacío existencial del corazón. En cambio, caminar por aquella tapia, si. El peligro, la libertad, saber que esta haciendo algo que solo ella quiere y solo ella ha decidido. Nadie podría destrozar aquella fantasía. Nadie le dañaría con palabras.
Cuanto nos hieren las palabras.

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