29/4/12

Suicidio nº 163


Atada

La desesperación está siendo mi parte favorita de la vida, porque me hace darme cuenta de lo que valoro seguir respirando. No sé como me he encontrado en esta situación, mis recuerdos son borrosos, pero sí tengo algo claro: que al abrir los ojos, he podido dar mi última bocanada de aire puro. 
Al instante quise emitir un grito, pero me contenté con pensarlo, pues no podía abrí la boca, y tuve que presionar en mis orificios nasales el agua que peleaba por entrar. Algo tiraba de mi, una cuerda atada a mi tobillo. El agua me llegaba por los ojos, intenté subir la nariz para tomar algo más de aire, pero el peso que tenía atado al otro extremo de la cuerda hacía imposible el intentar emerger. Miré debajo de mi. Una roca perfectamente tallada en cuadrado y de un blanco impoluto. Mi pelo y mi ropa bailaba a mi alrededor como siniestras medusas esperando lo inevitable. Me moví con fuerza, tiré, zarandeé la cuerda, intenté soltarme, pero cada vez me hundía más y más en la profundidad de aquellas oscuras y tenebrosas aguas.
Mis manos parecían más pálidas y débiles de lo que en otra vida habían sido, pero mis ganas de vivir aún tiraban más que la realidad, y saqué fuerzas de flaqueza. La garganta me quemaba, los pulmones me pedían a gritos que dejase salir aquel aire y pudiese entrar uno nuevo. Me mantuve firme, y dejé que aquel dolor se escondiese por unos segundos, mientras mi mente se aclaraba y pensaba. Miraba hacia arriba y la luz del sol poco a poco iba desapareciendo. pronto no pude ver nada más que agua, y a mis pies, oscuridad total. Silencio. Tranquilidad. De repente nada importaba. Mi cerebro dejó de transmitir que quería vivir, y decidió por mi abrir la boca. Todos los orificios de mi cuerpo quedaron cuidadosamente cubiertos por agua. La piedra blanca pronto se instaló en la tierra, dejando por fin que mis extremidades estuviesen quietas. No cerré los ojos. En ese momento no creí que la muerte fuese mala, es solo otro estado que debo contemplar de la vida, con lo cual no quise perder detalle. Mi corazón latía más despacio, mis manos y pies palidecían cada vez más.
Por suerte, en la muerte ya no hay desesperación, ni alegría. Ni nada. 
Tranquilidad, por fin.
 Mi corazón y mi cerebro han dejado de pelear por mi. No importa.
No lo entendí, pero simplemente lo acepté.

No hay comentarios: