5/1/13

Suicidio nº 220

La lluvia le estaba empapando las botas nuevas, y el pelo le chorreaba muy pegado a la cara, pero todo aquello de verdad no le importaba. Estaba calada hasta los huesos, tiritaba, aunque no del frío precisamente. Su respiración era lenta, pausada, daba escalofríos si pasabas a su lado, pues se escuchaba como si le costase hacer que el aire entrase en sus pulmones. De hecho, ella así lo creía. Se encontraba con tal ánimo de ansiedad, que no podría mover ni un solo músculo, por miedo de desvanecerse en el suelo sin reparo.

Los ojos, esos ojos claros, que en otro momento habían brillado de puro júbilo, que siempre tenían un guiño guardado para cualquiera que estuviese con una mala cara, que tenía ese amor que sólo la juventud sabía regalar a todo el mundo, estaban apagados, vacíos sin vida. No tenía ni fuerzas para derramar una sola lágrimas, pues no creía que pudiese parar una vez hubiera empezado.

No podría decir en que momento se había quedado sin palabras, cuando se le partió el corazón o cuando el alma se le quebró en mil pedazos. Por lo menos, ahora tendría por seguro no abrir su malherido corazón a nadie más en mucho tiempo, pues quién hecha sal en las heridas, hace que estas, irremediablemente, tarden en sanar.

Quien la viese, pensaría que solo es una chica bajo la lluvia. Pero realmente era mucho más.

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