7/3/13

Suicidio nº 234



Un pasillo sucio y oscuro se abría ante él, sin luz, sin esperanza, sin ningún tipo de salida a la vista. No podía dejar que el pánico se apoderase de su ser, debía estar tranquilo y despejado para pensar con claridad y conseguir salir de allí con vida.
ESCAPAR



Los recuerdos de como había llegado hasta esa situación, se sucedían en su cabeza de una forma irregular. Coches, luces, disparos, gritos, angustia, pánico, gente corriendo, sangre. Continuó avanzando a paso ligero. Se había deshecho de sus amarres con astucia, pero ahora debería emplear toda su inteligencia para conservar la vida. Un ruido le alertó y rápidamente se escondió tras la primera puerta que encontró a su derecha. Pegó su espalda a la pared y controló como pudo su agitada respiración, hasta casi convertirlo en apenas un susurro. Pasos, luces, una voz. Sin duda sus captores ya se habían dado cuenta de que no estaba en el lugar donde le habían dejado. Maldita sea. Era lo único que jugaba en su favor, la sorpresa y el sigilo.

Cuando pasó la luz de la linterna y las voces apenas eran un murmullo, salió de su escondite, hacia la libertad. Aquel lugar era sin duda un almacén o unas oficinas abandonadas hace tiempo, por la suciedad y el deterioro de todo el mobiliario, pero no acertaría a saber en que parte de la ciudad se encontraba, ni como encontraría una salida sin que le matasen. Escaleras, escaleras de emergencia. Sin duda un complejo tan grande contaría con unas escaleras para que en caso de incendio, se pudiese evacuar el lugar. Caminó como un gato por aquel pasillo, mirando por las ventanas de las habitaciones, hasta descubrir donde se encontraba la salida de emergencia. Por fin, en la tercera o cuarta, encontró lo que buscaba, pero para su desgracia, también le encontraron a él.

Solo unos pasos le separaban de la libertad, cuando un golpe en el estómago con la culata de una ametralladora le hizo perder la respiración unos segundos. Por lo visto su captor no era muy ducho en el combate, pues cuando iba a propinarle otro golpe en la cabeza, con el mismo procedimiento, a su prisionero le dió tiempo de sobra para recuperar el aliento, cogerle de una pierna y tirarle al suelo con facilidad. Cuando pudo verle la cara, se dio cuenta de que apenas era unos centímetros más bajo que él, y mucho menos musculoso, con lo cual quedó inconsciente con el primer golpe certero en la cabeza que éste pudo darle con el puño.

Aquellos ruidos sin duda alertarían al resto de la banda si se encontraban cerca, así que cogió la ametralladora, rompió el cristal de emergencia y abrió la puerta de las escaleras, como alma que lleva el diablo. Bajó casi volando los escalones, a pesar del dolor incipiente en el estómago  donde seguramente se le habría roto algo por dentro, y del entumecimiento general de todo su cuerpo por haber estado atado e inmovilizado unas cuantas horas.

Escuchó gritos, disparos, pero ya se encontraba demasiado lejos para que pudieran darle caza a pie. Aún así no dejó de correr, hasta que dejó atrás aquel polígono y empezó a ver edificios y comercios a su alrededor. A pesar de que era más de media noche, había mucha gente por la calle, que le miró extrañada mientras corría, tan sucio, tan cansado y con aquella ametralladora entre sus manos. Miró con ojos suplicantes a todos aquellos transeúntes, pidiendo auxilio sin palabras, pues no era capaz de transmitir sonido alguno, cuando, de repente, su cerebro dijo basta, y de desmayó en mitad de la calle.

Todo lo que necesitaba, era descansar un poco, antes de continuar peleando.

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